El cuento de Ana, me ha ofrecido muchas posibilidades a la hora de pintar las paredes, aunque como en mi anterior intervención, con un miedo terrible de no acertar.
Quería mostrar una gran luna, con dos caras, muy sonriente y con un niño que salta por las estrellas que forman una pequeña partitura, mientras canta, el cable/clave de sol une la luna y las estrellas con el suelo, donde se dibuja una rayuela, todo está conectado a un altavoz.
La música, los colores son los protagonistas y también el blanco.
David Guirao y Ana Alcolea, pareja muy bien avenida en esto de la Literatura Infantil y Juvenil, han sido los siguientes en pasar por el hospital. David es ya todo un veterano, muy querido por Believe, que en esta segunda intervención ha ilustrado un bellísimo cuento de Ana Alcolea, lleno de fantasía y de poesía. Dos joyitas que ahora presiden la 403 y que invitan a soñar y a cantar. No queremos acabar sin darle la ENHORABUENA a Ana Alcolea por el Cervantes Chico! Os dejamos el texto de Ana y el mural de David!
CARTA A LA LUNA
Carlitos no sabe cantar.
Carlitos quiere cantar melodías que lleguen a las orejas menudas de su madre, a las de su padre. A las de su perro Eladio. Incluso a la luna. Canciones que digan cosas como:
“La sonrisa de papá es como el columpio de la luna, al que me puedo subir cada vez que tengo miedo”.
“La cara de mamá es un sol que siempre está radiante”.
O también: “Eladio mueve el rabo tan deprisa y tan fuerte que podría tocar con él una batería”.
Esas eran las cosas que Carlitos quería cantar.
Pero solo las podía decir y pensar. Eladio lo miraba y lo escuchaba con envidia porque él no podía decir ni “mu”. Solo ladraba. Muy bien, eso sí.
Ya que nadie le podía ayudar, un día, Carlitos cogió un lápiz y escribió una carta a la luna. En ella le pedía que le enseñara a cantar y le prometía que si le concedía ese don, le cantaría una canción solo para ella. La luna recibió la carta de Carlitos con mucha sorpresa porque no estaba acostumbrada a recibir cartas. La leyó atentamente y le estuvo dando muchas vueltas a su cabeza, es decir, que giró muchas veces sobre sí misma, que es algo que no hace la luna habitualmente, y llegó a varias conclusiones. Una vez que hubo llegado a esas conclusiones, cogió un lápiz que se había olvidado un astronauta un día que se paseó por su superficie, una hoja de papel de un cuaderno que también se había dejado otro astronauta, y empezó a escribir.
Al día siguiente, Carlitos recibió la carta de la luna.
“Querido Carlitos: muchas gracias por tu carta. Me alegro de que me hayas escrito y de que hayas pensado que yo puedo concederte un deseo como si fuera el hada de un cuento. A mí también me gustaría hablar y cantar. Pero cuando se es luna es bastante complicado. Carlitos, tienes que esperar. Llegará un día en el que cantarás. Bien o mal, esa ya es otra cosa. Pero entonces podrás salir a la terraza una noche y cantar esa canción que yo escucharé desde el otro lado del aire y de las nubes. Os mando un abrazo lunar, a ti y a tu perro Eladio”.
Carlitos y Eladio se miraron sin decir nada, pero ambos sonrieron. Por la noche, salieron a la terraza y vieron a la luna allá lejos, en el cielo, que esa semana tenía forma de sonrisa. Carlitos y Eladio sabían que esa noche les estaba sonriendo a ellos.
Hasta que un día, Carlitos empezó a cantar. Esa misma noche, con Eladio a su lado, salió a la terraza y buscó a la luna, que estaba allí arriba, convertida en un brillante balón en un campo de estrellas. Sacó el papel en el que había escrito su canción y cantó:
“Hola, luna, luna.
Blanquita por fuera,
blanquita por dentro.
Te miro y me miro
como en un espejo,
Te canto y te canto
con todo mi encanto.
Y Eladio te canta,
se ríe y te ladra.
Y los dos contentos
felices comemos,
Dormimos, soñamos
y a la cama vamos”.
Y así, Carlitos le cantaba cada noche a la luna como le había prometido. Y luego se iba a la cama y dormía como un lirón.
Y Eladio lo miraba y lo escuchaba sin ninguna envidia. Al fin y al cabo, en sus sueños, él cantaba mucho mejor que Carlitos